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Cementerio de Hallstatt. Agosto 2019

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Día de difuntos​

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    Mario observaba en su camino de vuelta el trajín de coches hacia el camposanto. Él siempre había preferido hacer a pie el camino, pues todavía estaba vivo. Había llevado dos flores a la lápida de sus padres y dejado una breve nota en la tumba su esposa. Con la afluencia del hormiguero a mediodía decidió marcharse, incómodo, avanzando en la contracorriente de aquella romería de temporada. Ya regresaría mañana.

 

    Volvió rumiando los cimientos de latín y griego que estudió en la carrera y que aún permanecían. “Difunto”, “día de difuntos”: ellos “habían cumplido”, como si hubieran satisfecho una deuda. Más remota aún se escondía la raíz del indoeuropeo que expresaba el acto de “disfrutar”, y del cual la muerte había hecho dejación… Reparó entonces en el término “cadáver”, del que había oído que era el acrónimo del epitafio latino “caro data vermibus” (“carne para los gusanos”), aunque no quedara evidencia alguna sobre la piedra. Parecía más bien que viniera, como apuntaba San Isidoro, de “cado”, “caído”, por no poder estar en pie. Y así parecía: los cadáveres detrás del muro encalado se apilaban en un huerto estéril, casi todos lejos de la tierra, horizontales perpetuos sobre palés sellados de cemento.

 

    Por eso él se había resistido siempre a llamar “cementerio” al camposanto, porque sus muertos, tal y como recogía el sentido originario de la palabra griega κοιμητήριον (dormitorio), no estaban entre las coordenadas de difuntos: ellos dormían, pero no bajo una intemperie de alquiler, sino al abrigo templado de su pecho. “Todos llevamos un cementerio en el corazón”, pensó. Algunos de ellos llegaron para siempre por la enfermedad o la desgracia; a otros los mató la distancia –no importa en qué unidades se midiera–, o los enfrió la mentira y la decepción. En ese otro camino invisible que hacemos a diario, cuando permitimos que la vida se detenga, limpiamos sus palabras, damos brillo a sus abrazos, protegemos sus cuidados, prolongamos sus preocupaciones... Porque simplemente duermen. Y a menudo, en nuestros sueños, se despiertan.

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