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Magos y Magas del porvenir

Ilmo. Vicerrector de Profesorado

Sr. Dtor. General de Universidades

Ilma. Decana de la Facultad de Educación de Ciudad Real

Sr. Vicedecano de Estudiantes, Calidad y Extensión Universitaria

Queridas compañeras y compañeros

Queridas familias

Estudiantes de esta Facultad, también queridos, por supuesto

 

(El pasado)

   

Hace unos meses me sentí extremadamente honrado y conmovido por mis estudiantes del Grado de Maestro en Educación Infantil: decidisteis que os acompañara como padrino en este día tan especial, no solo para vosotras –y diré vosotras porque hacéis una maravillosa y privilegiada mayoría- sino, especialmente, para vuestras familias. Hoy subirán detrás de vuestras espaldas sobre este escenario las miradas de quienes de verdad os quieren y os han acunado desde niñas –con todos sus desvelos, noches en blanco y preocupaciones–, satisfechos y orgullosos de haberos visto crecer responsablemente. Y hoy sentiréis también el fuerte abrazo de quienes no han podido llegar a veros: su presencia, estoy seguro, inunda vuestro corazón del mismo modo que vosotras colmáis esta sala. Debéis sentiros felices solo por el amor que todos los que están aquí os tienen.

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    Hoy no os hablaré de la cóclea, de las formas de escucha, o de la Musicofilia de nuestro buen amigo Oliver Sacks. Hoy me gustaría responder a vuestra confianza con una confidencia.  Con vosotras he aprendido más de lo que imagináis: vuestra invitación me ha hecho regresar en los últimos días al niño que fui, a los maestros que tuve, y algo he comprendido mejor de por qué decidí dedicarme a esto en lo que vosotras, estoy seguro, seréis infinitamente mejor que yo: la tarea de enseñar.

   

    Entré en el colegio por la puerta grande: tuve una maestra de infantil –entonces parvulitos- que tiraba de las orejas y daba fuertes pescozones; con los años, aquel desastre lo arregló un excelente maestro, Don José, que temblaba de emoción cuando hablaba de poesía y que nos enseñó que escribir no solo era un cuestión de tildes o de buena letra, sino, fundamentalmente, de emociones. Me animó en la escritura y en la lectura en un momento crucial de mi vida tras haber perdido un ser querido, hace más de treinta años. Hoy no encontraréis a aquel maestro en internet ni en las redes sociales: aunque murió, su voz está en los acentos, que no en las tildes, de la voz que os habla.

 

  En el difícil camino de la adolescencia –ese en el que nos convertimos en seres deformes que crecemos desordenadamente y que, por fortuna,  se cura con el tiempo- me encontré con un nuevo un profesor, esta vez de Literatura, Fernando Abascal, coordinador durante años de las pruebas de selectividad de esta universidad. Fernando era poeta: me guio en vuestro segundo de bachillerato –entonces COU- entre Valle-Inclán, Machado, Pedro Salinas, Blas de Otero y Benedetti, y me descubrió que la palabra es solo la superficie del decir; que detrás de cada línea hay un clamor universal: nuestra necesidad de ser bien comprendidos; la confianza en que sea el otro quien nos ayude a explicarnos.  Él tuvo un papel muy relevante en que un día le pidiera salir a una chica que entonces me gustaba (y mucho, aunque, no tanto como ahora), y que hoy es mi compañera en la vida.

   

    Llegué a vuestra edad hace más de veinte años –sois escandalosamente jóvenes. La enfermedad de la adolescencia se me pasó y en la universidad estudié Geografía e Historia por obligación. Fue un profesor de Historia Medieval, José Maria Sánchez Benito, hoy en la Autónoma de Madrid, quien me enseñó la honestidad, el respeto, el rigor y el esfuerzo que supone esto de la investigación: sus ojos pequeños en un cuerpo de gigante escudriñaban documentos de los siglos XIII y XIV con tal pasión que casi hacía de ellos auténticas tablas de ouija para buscar la voz del pasado.

 

   ¿Y en el Conservatorio? Allí, Rafael Eguilaz, mi profesor de Contrapunto y Fuga, me enseñó que nada en la Música obedece al capricho. No existían genios locos y frívolos –como el Mozart de Amadeus- : todas las decisiones en una composición eran rigurosas, justificadas, nacidas de la coherencia. La inspiración –y esto era esencial-  solo era el aliento del trabajo. Él me enseñó que cada nota, cada momento efímero, por muy breve que fuera, tenía una historia asombrosa que justifica su lugar en cada composición.

   

    Todos ellos fueron mis auténticos Maestros. De no ser por ellos, hoy no estaría aquí, ante vosotros y vosotras.  Hoy lejos o desaparecidos, Don José, Fernando, José María, Rafael, guardaron desde un principio un as bajo la manga: la emoción, la pasión por cuanto enseñaban, el rigor y la comprensión ante las dificultades; el convencimiento de que la escritura, la literatura, el arte y la música podían sin duda transformar un mundo que hoy les relega al rincón de un espacio residual. 

 

    Todo esta confidencia que os he trasladado con espíritu de abuelo cebolleta da sentido al día de hoy, primer momento del mañana. Este es un día feliz, porque desde mis maestros del pasado puedo contemplar hoy ante mi a los maestros y maestras del futuro. Debéis recordar que “maestro” procede del latín “Magister”, palabra maravillosa que contiene el adverbio “Magis”, Más. Más. Más. Y que más allá del latín, “Magister” participa de la raíz griega de la palabra μαγεία, esto es, Magia. Mago es el que “es capaz”, “el que tiene poder”. Y esto es lo que mis maestros, como magos extraordinarios, hicieron conmigo: hicieron de mi mucho “más” de lo que era. Y esa es la impagable tarea a la que vosotros y vosotras estáis llamadas y que habéis demostrado que cumpliréis con acierto: estoy seguro de que cada niño encontrará en vosotras, como un pequeño alpinista, una maravillosa cuerda en el ascenso, aquella que les llevará a encontrar lo mejor de si mismos en el único camino que nos debe preocupar transitar: el de vivir felices.

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(La música)

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    He sido, por muy poco tiempo, vuestro maestro de Música. Y ella me ha ayudado infinitamente en ese camino de felicidad. Para cuantos tengáis perro –yo tengo un extraordinario labrador-, tal vez lo comprendáis si os digo que la Música ha sido para mi el perro que me devuelve la vida en su mirada. Todos tenemos una autobiografía musical que es la banda sonora de nuestro corazón. Con la música no se odia, tan solo se ama. Con ella he aprendido a conocer el pensamiento de Bach, Mozart, Beethoven, Brahms y con ella he cumplido el sueño de la inteligencia más brillante del siglo XX y cito: “Si no fuera físico, probablemente hubiera sido músico. A menudo pienso en la música. Vivo mis sueños en la música. Vivo mi vida en términos musicales” (Albert Einstein).

 

    Vosotras, que conocéis todos los cuentos, recordaréis bien “El flautista de Hamelin”, recogido por los hermanos Grimm. En este cuento la música ocupa el doble espacio privilegiado de la metáfora y del término real. Es a la vez una imagen de vuestra labor como maestras y al mismo tiempo el mejor instrumento que os puede acompañar en vuestro trabajo. Recordad que es gracias a la música como el flautista se lleva a las ratas de la ciudad, imagen muy viva de todo cuanto la corrompe. Ese será vuestro trabajo del futuro: si la infancia es el periodo más hermoso en la historia del hombre –poblada de abuelos, juegos, amigos, invenciones y descubrimientos- vosotras sois la esperanza de ese periodo decisivo. Deberéis llevaros con vosotras grandes ratas todavía hoy presentes: la rata del acoso escolar, del bullying, del miedo al compañero; deberéis luchar contra las ratas de la desigualdad, del clasismo, de la competitividad salvaje; deberéis erradicar la rata del sexismo, del machismo; de aquella que no entiende que un no o la ausencia de un si es siempre NO. Sois fuertes: no olvidéis que solo vosotras, que pasaréis años con vuestros alumnos, seréis el pilar fundamental de la convivencia en nuestra sociedad, aunque esta se vuelva ingrata y a menudo sea tan mal pagadora con sus maestros como lo fueron los concejales del ayuntamiento de Hamelin.

 

    Y con música, al igual que el maravilloso flautista, llevaréis a los niños a lo mejor de si mismos. Un niño que aprende con música, aprende feliz. No voy a incidir aquí sobre cómo, a través de la música y el juego, se consolidan los aprendizajes, tal y como ha demostrado la neurociencia, la biología y los programas de los países a los que verdaderamente les interesa la educación. La música es un instrumento transversal de conocimiento, eficaz para la integración, la diversidad, la inclusión, la solidaridad… Su lugar en las aulas está muy arrinconado y hoy ya hay un clamor cada vez mayor por regresar su presencia al lugar que le corresponde.  ¿Acaso sin música seremos mejores? ¿Mejores qué? ¿Mejores personas? ¿Mejores pensadores? ¿Mejores conciliadores? ¿Mejores líderes? ¿Mejores políticos? ¿Más compasivos? ¿Más felices? ¿Más inteligentes? Vosotras tenéis la experiencia de lo que supone hacer música en clase: confío en que cuanto Mercedes y yo os hayamos podido enseñar os ayude a continuar este camino. 

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(La universidad)

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    Voy llegando al final, pues un amigo me dijo que conviene que al año siguiente nadie recuerde quién fue ni lo que dijo el padrino de la promoción anterior. Quisiera deciros en nombre de mis compañeros y compañeras de Facultad, que hemos tratado de hacerlo lo mejor posible. Quiero decir a vuestras familias, en estos momentos en que la Universidad anda en entredicho porque parece que los másteres se regalan y que las carreras se hacen en un curso express, que en nuestra universidad –la Universidad de Castilla-La Mancha- consideramos que el esfuerzo y el trabajo honesto y responsable es lo único que concede valor a vuestra titulación, muy por encima de vuestras calificaciones. Creo sinceramente que habéis tenido el mejor claustro de profesores posible: os han guiado en este camino aquellos cuya sabiduría solo da la experiencia; y al mismo tiempo, habéis estado cerca de los profesores más jóvenes, quienes con un esfuerzo sobresaliente y ejemplar, han conciliado sus obligaciones y necesidades de consolidación laboral con sus responsabilidades sobre vuestra enseñanza. Pero no solo os hemos enseñado: todos hemos aprendido de vosotros y vosotras. En mi caso, he visto que allí donde no llegaba estabais vosotras: os sabéis mover infinitamente mejor que yo; me ha fascinado vuestra empatía; vuestra disposición mediadora en la resolución de conflictos; vuestro permanente estado de alerta; vuestro compromiso en cada proyecto iniciado; vuestra capacidad de previsión. Habéis demostrado en el Prácticum no solo vuestra vocación, sino vuestro deseo infatigable de mejorar. No solo habéis sido unas futuras maestras muy, muy, muy ocupadas, sino especialmente, preocupadas, y mucho, por enseñar con amor. La beca que hoy os impondrán en esta mesa cruzará vuestro pecho precisamente por una única razón que todos y todas lleváis ya en la mirada: “la enseñanza que deja huella no es la que se hace de cabeza a cabeza, sino de corazón a corazón” (Howard G. Hendricks).

 

(Consejos finales)

   

    Queridos maestros y maestras: magos y magas de nuestro porvenir. Llegó el momento de unos cuantos consejos finales. La vida después de la universidad no es fácil, pues se extiende como un abismo sin horarios, sin compañeros de pupitre, sin residencia o piso de estudiantes. Ahora es el momento de arriesgar: arriesgad siempre. Todavía no tenéis nada que perder y sí todo por ganar. Salid de vuestra zona de confort. Buscad vuestro mejor posgrado –fijaos bien en quiénes serán vuestros “futuros maestros” y exigidles tanto como os exigiréis a vosotras-; no tengáis miedo a salir del país, a bregar con el inglés; necesitamos lo mejor de vosotros y de vosotras para que esta sociedad mejore y avance con mejor paso del que hemos dado las generaciones que os hemos precedido. No os agobiéis, no lloréis: contáis con el apoyo de vuestras familias y de cuantos hemos sido vuestros profesores. Jamás sacrifiquéis las infancias cercanas –las de vuestros alumnos, la de vuestros hijos- a las exigencias de un mundo que no quiera lo mejor de ellos, sino simplemente su utilidad y su valor de mercado. Jamás permitáis que el dictado de una sociedad no conciliadora secuestre vuestro tiempo para la infancia de vuestros hijos. Que nada os detenga. Ahora seréis vosotras quienes tomaréis el relevo en este canon a dos voces. Por eso acabo mis palabras con las mejores que he podido reunir del poema atribuido a Walt Whitman, “No te detengas”:

 

No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,

sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.

No te dejes vencer por el desaliento.

No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,

que es casi un deber.

No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.

No dejes de creer que las palabras y las poesías

sí pueden cambiar el mundo.

Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.

Somos seres llenos de pasión.

La vida es desierto y oasis.

Nos derriba, nos lastima,

nos enseña,

nos convierte en protagonistas

de nuestra propia historia.

Aunque el viento sople en contra,

la poderosa obra continúa:

Tu puedes aportar una estrofa.

No dejes nunca de soñar,

porque en sueños es libre el hombre.

No caigas en el peor de los errores:

el silencio.

La mayoría vive en un silencio espantoso.

No te resignes. […]

Valora la belleza de las cosas simples […]

Disfruta del pánico que te provoca

tener la vida por delante.

Vívela intensamente,

sin mediocridad.

Piensa que en ti está el futuro

y encara la tarea con orgullo y sin miedo.

Aprende de quienes puedan enseñarte […].

No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas.

 

Camina

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